Cuando Dios es el sabor de toda la receta
- 16 Oct 2025
Hay días en los que uno se levanta con el ánimo apagado, como si el corazón estuviera frío o sin sabor. Pero cuando aprendemos a caminar con Dios, Él nos enseña a empezar el día de otra manera. No desde lo que pesa, sino desde la certeza de Su presencia. Es como cuando alguien decide preparar un desayuno con intención: no improvisa, no lo hace a medias, sino que busca lo mejor. La fe también funciona así. No se vive “de vez en cuando”, porque Dios no aparece por temporadas. Él no es un invitado ocasional, es la presencia constante que da sentido a todo. Jesús lo aseguró cuando dijo: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.”
Y cuando esa verdad deja de ser solo una idea y se vuelve parte de nuestro diario vivir, también cambia cómo enfrentamos lo cotidiano. A veces llegan días amargos, pero el amor de Dios actúa como ese toque de azúcar que transforma el sabor sin exagerar. No empalaga, pero endulza lo que estaba difícil de tragar. Su amor no irrumpe con fuerza, pero es como la crema que suaviza cada mezcla, como algo que se integra con delicadeza pero cambia todo. Por eso el salmista dijo: “Gustad y ved que es bueno Jehová.” No hablaba de un momento emocional, sino de aprender a saborear Su gracia aun cuando nada alrededor parece distinto.
Y cuando el interior se enfría, cuando el cansancio pesa más que el cuerpo, Dios no se aleja. Él trae el calor necesario para despertar lo que parecía apagado. Es como el vapor que sube de una taza de café recién hecho: silencioso, pero vivo, cálido y evidente. No es un fuego que quema, pero sí una calidez que levanta. Por eso el salmista pudo decir: “Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo”, no porque todo estuviera resuelto, sino porque algo dentro de él se había vuelto a encender.
Al ser tocados por esa presencia, también cambia nuestra manera de mirar el día. Vivir con el “lado soleado” hacia arriba no significa negar los problemas ni ignorar las luchas. Significa afrontarlas sabiendo que no estamos solos. Dios no siempre cambia primero lo que nos rodea, pero sí cambia lo que llevamos por dentro para enfrentarlo. Entonces, palabras como las del Salmo 27 cobran vida: “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?” La luz de Dios no desaparece la noche de golpe, pero ilumina lo suficiente para no tropezar.
Cuando entendemos esto, nos damos cuenta de que Dios no quiere repartir Su presencia en porciones, como quien sazona una comida solo a veces. Él quiere ser el sabor de toda la receta. No quiere aparecer solo en emergencias, sino acompañarnos en todo el trayecto. Quiere dar calor donde hay frialdad, dulzura donde hubo amargura y sentido donde todo parecía simple rutina. Y cuando dejamos de acercarnos a Él por costumbre y lo hacemos con entrega, descubrimos que Su presencia no solo alumbra el día: alumbra el corazón.
Inicia sesión para dejar tu comentario ✍️
Iniciar sesión
Aún no hay comentarios. ¡Sé el primero en opinar! 🗨️